viernes, 18 de noviembre de 2011

Sala desespera

Un hombre está sentado en una sala de espera. Mira el revistero. Son revistas viejas, gastadas, manoseadas. Elije una . Pasa las hojas de manera automática. Reconoce haber visto ese fancine por lo menos cien veces. Jamás siguió sus consejos, no cocinó el solomillo de cerdo a la mostaza ni se depiló de manera definitiva con láser; jamás hizo ese viaje en crucero y nunca supo cual es el color que mejor le queda.
La mesita ratona sólo tiene un florerito de porcelana ordinaria. El hombre lo observa detenidamente y descubre que está remendado en el borde. Unas florcitas de plástico intentan completar la decoración. No lo logran.
El silencio de la sala crea un zumbido horrible.
El hombre entrecruza sus manos y juega a unir las puntas de los dedos enfrentando las uñas. Meñique con meñique, anular con anular. Se le entreabre la boca mientras pega yema con yema. Aprovecha para chequear cuan mugrientas o impecables están los bordes de esas uñas. Se come el hollejo del dedo pulgar de la mano izquierda.
El sillón es marrón y aparenta ser mullido; quizás no sea cómodo porque los resortes están vencidos, el relleno de los almohadones está apelmasado y el hombre que está sentado, se hunde. Se hunde, y desaparece. Pierde su turno.