Descolgó la promesa y la puso de espaldas, como en penitencia. Y allá estaba el clavito, solo, testigo de la pasión desbocada. La cama recitaba suspiros y goces. Lo intenso, eterno.
Colgó la promesa en el clavo ruborizado. Barrió la culpa debajo de la alfombra. Se despidieron hasta el próximo pecado.
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