Señor Juez:
Seré breve. Soy de pocas palabras y dispongo de poco tiempo. Tiempo que fue injusto conmigo. Tiempo ingrato.
He decidido terminar con tanto dolor. Por mis venas no sólo corre tristeza; un letal veneno pondrá punto final a mi quebranto. En pocos minutos, según el boticario, seré un número más en la lista de los que mueren por amor.
He pensado esto por meses. Poco a poco, para no despertar sospechas, he regalado mis muebles y objetos de valor. Mi ropa la entregué por completo a un cotolengo.
Las vueltas del destino han dejado mi alma en harapos. Un vestido inmaculado y de ensueños se convirtió en polillas que jamás serán mariposas. La diadema de perlas se desvencijó de tanto esperar. Esperar es lo único que sé. Él me enseñó a leer las lunas para calcular su regreso. Pero mi cielo se nubló.
Señor Juez, le ruego que no busque culpables. Aunque los hay. He pergeñado esto yo sola.Sola. Sola.
Volviendo al método que elegí para terminar con mi "no vida", le prometo que el empleado de la botica, cuyo nombre me reservo, desconoce mi plan.
Descarté otras formas ya que lanzarme por la ventana no surtiría efecto porque mi casa es en planta baja. Además, un colchón de hojas ocres y crujientes amortiguarían la caída. Sólo lograría unas costillas fisuradas y un dolor de cabeza.
Cortarme las venas no me atrae. Odio la sangre. Y la alfombra es persa. Sería una picardía. El fuego es demasiado dañino y vivo demasiado lejos de un río que me arrastre en su corriente.
Aún no me siento mal. Han pasado tres cuarto de hora y sigo escribiendo. ¿Acaso el infortunio invade mi nefasto objetivo? Ni matarme me sale bien.
Deseo entonces, su señoría me informe cómo puedo hacer para recuperar las cosas que he cedido. Mañana mismo y en batón iré a la oficina postal a despachar mi amarga epístola.
Lo saluda atentamente,
Dolores Cayados
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